viernes, 8 de agosto de 2008

Las nubes de la chimenea

Cuando estuve en Budapest no conocí al señor de la crepería, el de pelo blanco y bigote, de la crepería. Las crépes valían menos de un euro y te las ponían rellenadas de cualquier cosa y las calentaban en el micro ondas. Él estaba sentado en la mesa de la ventana. Los cuatro días que yo estuve en Budapest, en la misma mesa de la misma ventana y yo desayauné allí todas las mañanas. Leía el periódico y se pedía una crépe con sirope y nata y un café. Vestía de beige, con un sombrero y no se lo quitaba, era primavera y hacia tiempo para sombreros. Yo tenía frío con la jaquetita que me habia llevado. Ese señor que nunca conocí me daba la misma tranquilidad que el padre con los niños que veia cada día en la calle de la Perla de Barcelona, cuando caminaba al trabajo y sabía que llegaba a tiempo si los veia por la esquina con Topazi. Tomando siempre el mismo camino, aunque una amiga me dijo que estaría bien si rompiera esquemas. La misma tranquilidad que los señores de mi pueblo que venían los primeros al bar donde trabajaba y se pedían un café y un bocadillo y me contaban lo que traía el periódico y cómo había cambiado el pueblo desde que ellos eran pequeños. Cuando Ernst Rolf había ido a America para cantar y hacerse estrella en el país de los sueños. Las veces que vuelvo al pueblo todavía veo la chimenea donde creía de pequeña que se creaban las nubes. Y el mundo sigue siendo como antes. Aunque soldados americanos se matan entre ellos, aunque no se firma el protocolo de Kioto, aunque se piensa que el deporte y el dinero es más importante que la libertad de un pueblo, y aunque miles de personas se mueren de hambre cada día mientras seguimos construyendo armas, el mundo de las nubes y los señores que toman café sigue siendo como antes. Y hay días que me atrevo a tomar otro camino cuando voy al trabajo, y veo a otros padres con sus hijos, otros señores desayunando, repartidores del periódico y chicos que limpian la calle o venden butano y envío un recuerdo al señor de la crepería de Budapest, al que nunca conocí.