martes, 23 de septiembre de 2008

La chica de amarillo

Hay una chica en un chubasquero amarillo
Vive en el edificio de al lado y cada día pienso:
Mañana hablaré con ella
Tengo la casa desordenada
está lleno el buzón de voz y cada día pienso:
Mañana te llamaré
Los ceniceros están llenos y cada día pienso:
Mañana me vaciaré y dejaré de fumar
me haré un hueco por dentro donde puedas estar tú
y me olvidaré de la chica de amarillo
y la veré pasar cada día pero nunca más pensaré en que la podría llamar
Y un día la veré en una revista porque se habrá hecho modelo
y no podré decir que la conozco,
sólo que vivo en el edificio de al lado del suyo
y que la veo cada vez que desayuno mirando por la ventana de la cocina
Es el país de la lluvia que no para nunca
vivimos las dos aquí
Pero ella ni siquiera sabe quién soy y yo tengo besos guardados para ella
No creo que sepa nada más bonito que ella y el asfalto mojado
a través de mi ventana cubierta de gotas de lluvia.

Tenemos cara de mala leche, pero no somos así



Te he traído leche,
vi que habías dejado la tuya fuera
y con el calor que hace se habrá podrido
No hay nada peor que el olor a leche pasada
o los trocitos de grasa que flotan en la taza del café
que tendrás que volver a hacer
Por eso, y porque te quiero, te he traído leche
¿Te pongo un poquito
y hablamos?
Ilustración: Diego Ingold

Un perro verde





Había una vez un perro verde.
Se le veía desde la cocina de donde no me podía mover.
Yo era un grifo que administraba agua en casa de una familia de ricos.
Ellos no tomaban agua del grifo, tomaban Font des Teix o Vichy Catalán
y yo solo daba agua para lavar los platos y para dar a beber al perro.
Cuando el perro verde dormía se le movían los ojos porque estaba soñando.
Soñaba que le dejaban libre en un prado y que podía ir a cazar
como en los cuadros de Goya,
y que había un amo que le amaba y que apreciaba su compañía.
Yo siempre deseaba que llegara el sábado porque era el día de la limpieza,
venía la quely desde Felanitx y llenaba la cocina de canto y olor a lejía
Y antes de irse miraba la cocina como un pintor mira su recién terminada obra y daba el último toque dejándome a mí siempre brillando
Notaba yo que cambiaba la mirada del perro los sábados por la tarde,
se había dejado un olor a flor en la cocina y los dos estábamos muy soñadores...
Ilustración: Diego Ingold

martes, 9 de septiembre de 2008

Dos hormigas enamoradas en un espacio entre hoy mañana

Este verano han pasado cosas extrañas. Todo empezó y terminó con los nuevos vecinos. Como si estuvieran buscando sus raíces, o un mejor lugar donde crear a sus hijos, creerían haber encontrado el lugar oportuno en lo que nosotros llamábamos nuestro rincón de la isla. Se ve que son un tipo de nómadas que buscan la tranquilidad y parece que ya no tienen intención de moverse más. De la nada vino esa nueva especie. Eran muchos más grandes que nosotros y se plantaron justo entre los tres pinos y el jazmín para que nosotros tuviéramos que hacer una vuelta más grande cada vez que íbamos y volvíamos a casa.

Un día como cualquier otro salíamos todos en fila. No tenía yo un día especialmente happy, pero tampoco estaba de bajón, era un día normal y corriente, podría haber sido un martes, por ejemplo. Era un día caluroso, como cualquier día de agosto y me hubiera quedado leyendo el periódico en la hamaca, pero había que trabajar. El olor a pino, el revuelto de la tierra, el sonido constante de los grillos que no se dejaban ver, todo era igual que cualquier otro día pasado o futuro. Pero de medio camino nos cruzamos por primera vez con nuestros nuevos vecinos. Parecía gente pacífica, nos saludaban y seguían su camino sin parar y nosotros seguíamos el nuestro. Las filas estuvieron un buen rato a la misma altura y podíamos ver a todos, y todos eran más grandes que nosotros. Deberían haber sido las doce del mediodía porque los rayos del sol no nos dejaban en paz y casi podríamos habernos hecho barcas para seguir el camino flotando sobre gotas de sudor.

La última de la fila eras tu. Una hormiga como cualquier otra, pero con un bañador de rayas. Y sin dejar de patear me enviaste un beso y me enamoré. Con lenguaje morse te pregunté si nos veíamos donde las rocas esa tarde para darnos un chapuzón. Y en el atardecer y acompañados por el continuo coro de cigarras nos sumergimos debajo del agua, dos fugitivos, en un baile salado fuera del tiempo; en un espacio entre el hoy y el mañana, unos instantes que aspiraban a eternidad. Dos cuerpos cansados, por primera vez enamorados.

Esa noche vinieron con una grúa, se ve que los gigantes humanos tenían que construir una nueva carretera así que destruyeron la nuestra. Y el día siguiente la reina había decidido que teníamos que buscar otro sitio donde trabajar y vivir. Echó la culpa a los nómadas por haber chivado no sé muy bien el qué y de paso antes de irnos les dejó veneno en el desayuno. Nosotros nos marchamos y no creo que volvamos al lugar que solíamos llamar el nuestro. Cobarde fui yo y nunca supe nada más de la hormiga hermosa de rayas. El antídoto es el olvido y sólo en raros momentos saco la foto que tengo de ti y recuerdo la tarde cuando nos hundimos en un hueco de la realidad, cuando olvidamos estar y solo eramos, doce patitas y dos cuerpos enamorados.

jueves, 4 de septiembre de 2008

He venido con una goma elástica, en unos instantes me voy I


¿Querías contarme algo?
He dejado a los niños en la mesa comiendo
y he venido porque algo me decía que me necesitabas
¿son las gotas de la ventana que te dejan inquieto?
No son lágrimas, es la lluvia,
el calor, la condensación
Guarda las gotas en una botella si quieres
Apaga la tele, ¿quieres?
Podríamos dar un paseo, hoy es luna llena
no tengas miedo, vamos por la carretera si quieres
Hagamos un poco de ejercicio, ¿quieres?
Te sentará bien, nos sentará bien.
Las gotas de la ventana, no son lágrimas, son el rocío,
como si fueran adorno, ¿sabes?
¿Qué miras en la tele?
¿Te cuento un cuento?
Si quieres, vente a casa a cenar, que hice mucha comida.
Me callo si quieres.

Te escucho.

...
Ilustración: Diego Ingold

He venido con una goma elástica, en unos instantes me voy II

Estoy a tu lado, sabes.
Es la primera vez en años que me atrevo a decir
algo parecido a un te quiero
y creyendo que nos importa si sigo a tu lado o no.
La comida se está enfriando, la dejé en la mesa,
había hecho sopa para dos pero me vi solo
a pesar de todos los espejos que me he puesto en casa.
Me tira la cuerda, en realidad es una goma elástica que tengo conectada a la cabeza.
Para que el corazón no me guíe demasiado.
En este momento estoy a tu lado, sabes.
Pero en unos instantes me voy.

La cabeza abierta de un pollo


Y entre todos los pollos que estábamos en la plaza
había uno al que se le había abierto la cabeza
y todos podíamos ver lo que tenía dentro
aunque hay que decir que todas las cosas que se ven no siempre se entienden...
y nadie hacía nada
nadie movió una pata para acercarse e investigar aquello que normalmente no se ve
o para buscar los trozos que se podrían haber perdido, e intentar reparar o curar
lo que posiblemente estaba haciendo daño
Él nos miraba con cara de indiferencia
o no nos miraba
Entonces alguien, un americano, un pollo de Kentucky
cogió su pistola
Todo pasó tan rápido que nadie se dio cuenta
Pero de repente el pollo con la cabeza abierta era un pollo muerto
y el pollo de Kentucky explicó que era mejor que no sufriera
Eso y muchas otras cosas se lo habían explicado en el ejército
Decía que había cosas que mejor no viéramos, que no las entendiéramos
y que si alguien se oponía tenía todavía la pistola cargada
Y mirándonos sin vernos nos decía
que matar a alguien era mucho más fácil de lo que nos pudiéramos imaginar.
Ilustración: Diego Ingold