martes, 9 de septiembre de 2008

Dos hormigas enamoradas en un espacio entre hoy mañana

Este verano han pasado cosas extrañas. Todo empezó y terminó con los nuevos vecinos. Como si estuvieran buscando sus raíces, o un mejor lugar donde crear a sus hijos, creerían haber encontrado el lugar oportuno en lo que nosotros llamábamos nuestro rincón de la isla. Se ve que son un tipo de nómadas que buscan la tranquilidad y parece que ya no tienen intención de moverse más. De la nada vino esa nueva especie. Eran muchos más grandes que nosotros y se plantaron justo entre los tres pinos y el jazmín para que nosotros tuviéramos que hacer una vuelta más grande cada vez que íbamos y volvíamos a casa.

Un día como cualquier otro salíamos todos en fila. No tenía yo un día especialmente happy, pero tampoco estaba de bajón, era un día normal y corriente, podría haber sido un martes, por ejemplo. Era un día caluroso, como cualquier día de agosto y me hubiera quedado leyendo el periódico en la hamaca, pero había que trabajar. El olor a pino, el revuelto de la tierra, el sonido constante de los grillos que no se dejaban ver, todo era igual que cualquier otro día pasado o futuro. Pero de medio camino nos cruzamos por primera vez con nuestros nuevos vecinos. Parecía gente pacífica, nos saludaban y seguían su camino sin parar y nosotros seguíamos el nuestro. Las filas estuvieron un buen rato a la misma altura y podíamos ver a todos, y todos eran más grandes que nosotros. Deberían haber sido las doce del mediodía porque los rayos del sol no nos dejaban en paz y casi podríamos habernos hecho barcas para seguir el camino flotando sobre gotas de sudor.

La última de la fila eras tu. Una hormiga como cualquier otra, pero con un bañador de rayas. Y sin dejar de patear me enviaste un beso y me enamoré. Con lenguaje morse te pregunté si nos veíamos donde las rocas esa tarde para darnos un chapuzón. Y en el atardecer y acompañados por el continuo coro de cigarras nos sumergimos debajo del agua, dos fugitivos, en un baile salado fuera del tiempo; en un espacio entre el hoy y el mañana, unos instantes que aspiraban a eternidad. Dos cuerpos cansados, por primera vez enamorados.

Esa noche vinieron con una grúa, se ve que los gigantes humanos tenían que construir una nueva carretera así que destruyeron la nuestra. Y el día siguiente la reina había decidido que teníamos que buscar otro sitio donde trabajar y vivir. Echó la culpa a los nómadas por haber chivado no sé muy bien el qué y de paso antes de irnos les dejó veneno en el desayuno. Nosotros nos marchamos y no creo que volvamos al lugar que solíamos llamar el nuestro. Cobarde fui yo y nunca supe nada más de la hormiga hermosa de rayas. El antídoto es el olvido y sólo en raros momentos saco la foto que tengo de ti y recuerdo la tarde cuando nos hundimos en un hueco de la realidad, cuando olvidamos estar y solo eramos, doce patitas y dos cuerpos enamorados.

1 comentario:

Tania dijo...

me encanta esta historia :)