sábado, 29 de octubre de 2011

Bailándole al agua


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Desde la ventana de la calle Melancolía el escritor se imagina a la curiosa pintora, sin mapa y con el sudor en la frente, subiendo las escaleras hacia la plaza de los vinos y la bodeguita del medio. Se abre camino entre niños y caballos y alguien le saluda desde un balcón. El lugar huele a tinta. Es como si allí se respirara la necesidad de expresar todo aquello que está al acecho detrás de cada puerta, de cada mirada. Una necesidad profunda de dejar brotar y florecer las semillas que reposan bajo la piel. El escritor cierra los ojos y reconoce esa lucha contenida en el aire espeso a punto de explotar. En su mente se oye un estallido de confeti inspirador, que va llenando los suelos y las paredes de aventuras escandalosas...