lunes, 19 de enero de 2009

La señora, el señor y la ausencia

Quisiera querer sin darme cuenta del tiempo, se decía el señor mientras preparaba su café mañanero. Le encantaba las mañanas. El despertar. Parpadeando, se revolcaba entre sabanas y mantas. Como un invidente buscaba a si mismo con las manos, comprobando que era la misma esencia en el mismo cuerpo que se había ido a dormir la noche anterior. Encontró las gafas donde las había dejado. Saludó a su señora que estaba en un marco en la mesita de noche. Mentira, una foto de ella estaba allí, ella estaba en la brisa del mar, en el brillo del rocío, en la transparencia de las lagrimas, estaba en la ausencia de su presencia, allí, siempre... De repente algo de claridad, el señor se levantó y con la bata puesta viajó hasta la cocina.

Su mujer, la señora, se había ido. Y cada día se querían un poquito más pero menos que el día siguiente.

Abrió la tapa, sacó el café del día anterior, lavó las tres piezas quedándose con granitos en la piel, agua fría y olor a mañana. Cerró la cafetera, shuiiii, el gas, la espera y el sonido de la fuente de café que subía por el tubito y llenó la taza. La misma música cada mañana. Y el tiempo era algo inevitable y la bata se cambió a traje y salía por la puerta y el olor a café y tostadas se quedó en casa añorándole al señor. En cuanto la llave hizo click y los pasos se alejaba por la escalera la señora salíó del marco, sacudió las mantas, abrió las ventanas para airear la casa y dejar que salieran los recuerdos a dar un paseo hasta la orilla del mar. Puso las zapatillas del señor en su sitio y volvió a donde pertenecía. A la ausencia.

1 comentario:

Mamen Mata dijo...

Que bonita esta ausencia vista desde tu cristal.
Un abrazo