martes, 3 de marzo de 2009

Una despedida

Quedo congelada entre dos pilares en la estación: un autorretrato de ese momento. He regresado por unos días y otra vez dejo el lugar que antes era el único hogar que conocía. Donde salió mi primera sonrisa, donde di mis primeros pasos. La mirada fija en las raíles donde todavía no llega el tren. Y luego las mismas vistas, el lago congelado, los arboles que aguantan bajo nieve mojada. Disfrazados de blanco, y yo tengo frío, estoy llena y vacía y preguntándome qué viene ahora. Hay un eco de otro tiempo rodeando por los huecos de mi cuerpo y es cuando necesito huirme en otra música. Desaparezco con las canciones, vuelo, viajo. La salida de emergencia está cerca y me quiero ir, pero las escaleras están cortadas y aunque dicen que no debería cojo el ascensor y allí hay alguien. Es un sueño. El ascensor de repente se para antes del séptimo piso, en un espacio entre dos planos, algo que no existe. Se nos acaba el aire y el alguien me presta su aliento con un beso y no le conozco. Me veo en el espejo, distingo mi cuerpo del suyo y soy la misma persona que aquella niña que tomó sus primeros pasos con la mano agarrada del dedo de mi madre. Mi madre vestida en una camiseta de rayas de los años setenta y con el mismo peinado que yo llevo ahora. Me conocía desde siempre. Medio enredadas en un cordón umbilical, hasta hace poco que intentamos dejarnos sueltas. Y por eso siempre estoy de camino, veo su reflejo en las ventanas del tren, pasamos su pueblo y me estoy acercando al aeropuerto y la vida está llena de despedidas.

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