martes, 3 de marzo de 2009

Vías congeladas y un globo volando

Estaban todos esperando el tren, llevaba una hora de retraso. Los raíles se habían congelado, la ciudad estaba paralizada por el frío, ella tiritaba y quería volver a su país. Los bigotes de los señores parecían estalactitas y las señoras caminaban con clavos en los zapatos para no caerse, los niños disfrutaban de tirarse sobre el hielo, dejarse resbalar y someterse en los montones de nieve. Cada suspiro creaba una nube de humo alrededor de gorros y bufandas de multicolor. La escena era una postal navideña del país de Papa Noel, faltaban tres días para la navidad y ella iba a volver a su familia al otro lado de Europa. Quería buscar la cámara y hacerles una foto pero tenía las manos escondidas en los bolsillos y le daba miedo sacarles fuera por si se congelaran. Por si se congelaran igual que los raíles y se quedaría retrasada allí en esa ciudad del norte donde había venido a parar unos meses o unos años de su vida. Se despedía sola, nadie le había acompañado a la estación, pero creía que lo prefería así. El tiempo había parado, las nubes volaban altas altas ese día de diciembre, y las miradas se perdían hacía el final o el inicio de esa vía donde el tren nunca llegaba. El reloj de la estación les observaba y controlaba que el alba no se transformara en día, para no hacerles perder las conexiones a sus destinos. Cada uno su destino y ella no dejaba que las lagrimas le mojaran las mejillas, por dentro caían gotas de hielo y algún día las descongelaría en un país con más sol. De repente vio allí en lo alto, donde las nubes de algodón jugaban, un globo solo y amarillo volando y viniendo hacía ella. Y aún más de repente se veía colgando de la mano en una cuerda fuerte y la maleta en la otra mano. Y veía los tejados nevados, la iglesia, el kiosco de las magdalenas, el teatro donde había cantado, el banco donde se habían besado, el río donde daban migas a los patos, los puentes por donde se reían en bicicleta y el tren que venía lentamente desde lo lejos. Como si estuvieran todas hechizadas por el frío y ese amanecer eterno, las cabezas de esa gente paciente dieron un giro hacía arriba y vieron a una chica, un globo y una maleta volando hacía las nubes y hacía otro país; el ruido del tren se acercaba y se despedían.

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